Dado que la vena poética no es una arteria donde circulan vehículos de toda clase, me pregunto hasta qué punto esta rima molesta la interrogación. En realidad, quería hablar del otoño que se fue. Los otoños no piensan en la gravedad o levedad de sus días de oro. No piensan y punto. Entonces rimo y me pregunto por qué debiera yo pensar en él, otoño que pasó, llevándose un dolor viejo y trayéndome un dolor nuevo. Voy a seguir este poema en una calle que me lleve lejos de él. Adiós, poema, adiós, otoño, adiós, juan gelman, otro que el necesario para mí. Llueve sobre paredes conocidas y quién sabe adónde irá mi mano clausurada que no escribió su dirección. (pág. 965-966 Poesía reunida) Juan Gelman
Somos el tiempo que nos queda Ligeramente tumefacta pero ofrecida con codicia, llegó la boca hasta el lindero de la precaria intimidad. Iban reptando las parejas que se apiñaban en lo oscuro: no se miraban, se sumían en un compendio de sudores, se convertían en secuaces de la penumbra suspensiva. Como un furtivo postulado brilló el mechero de los cómplices.
No te preocupes no me he ido, ¿cómo iba a irme sin saber? Somos el tiempo que nos queda.
Y ya los cuerpos se anudaban bajo la oscura marquesina, sin decidir con qué argumentos recobrarían su ansiedad. Era una esquirla el clarinete, un estertor de la armonía.
Toda la noche resonando como una sábana en tus pechos, toda la noche entre emboscadas buscando llaves que no abrían.
Chorros de gritos tan vehementes que entrechocan con los vasos iban tiñendo de lujuria los cortinajes y butacas. Entre el estruendo de los rótulos unas caderas rebullían como impulsadas por la piel incandescente del tambor.
Mira qué prendas, qué proclamas de irremediable soledad. Habla más alto, no se escucha más que el furor de los licores. Todo está lleno de luciérnagas y de insufribles fumarolas, todo parece confiscado por los que nunca saben nada.
Pero la boca ya ofrecía sus rezumantes terciopelos, boca promiscua, saturada de zumos ávidos y esguinces. Está invadida de jadeos, no se parece a las demás. No se parece, no es mentira.
Pisando vidrios, esgrimiendo restos de yerbas y de músicas, llegaron nuevas avalanchas de adormilados oficiantes. Era la hora del suicidio y algunos miembros de la secta se desnudaron en la sala con voluptuosa dejadez.
¿Cómo evitar el simulacro, cómo vivir sin desvivirnos? Surcan los días por tu vientre. Somos el tiempo que nos queda.
"-Vamos a ver, ¿qué demonios escribía en esos retratos?
Rebecca tenía una respuesta que había ensayado durante años para utilizarla, cada vez que le hacían esa pregunta, con el fin de zanjar la conversación. Estaba a punto de pronunciarla cuando notó esa luz mortecina y cansada a su alrededor. Entonces dijo algo distinto.
-Escribía historias, dijo.
-¿Historias?
-Sí. Escribía un retazo de una historia, una escena, como si fuera el fragmento de un libro.
El viejecito sacudió la cabeza.
-Las historias no son retratos.
-Jasper Gwyn pensaba que sí. Un día, estando sentados en un parque, me explicó que todos tenemos una determinada idea de nosotros mismos, tal vez apenas esbozada, confusa, pero al final nos vemos llevados a una determinada idea de nosostros mismos, y la verdad es que a menudo hacemos coincidir esa idea con un determinado personaje imaginario en el que nos reconocemos. Por ejemplo el de alguien que quiere regresar a su casa pero ya no sabe encontrar el camino. O el de otro que ve las cosas siempre un instante antes que los demás. Cosas así. Es todo lo que logramos intuir de nosotros [...] Jasper Gwyn me enseñó que no somos personajes, somos historias, dijo Rebecca. Nos quedamos parados en la idea de ser un personaje empeñado en quién sabe qué aventura, aunque sea sencillísima, pero que lo que tendríamos que entender es que nosotros somos toda la historia, no sólo ese personaje. Somos el bosque por donde camina, el malo que lo incordia, el barullo que hay alrededor, toda la gente que pasa, el color de las cosas, los ruidos. ¿Lo comprende? -No -Usted hace bombillas ¿nunca ha tenido la ocasión de ver una luz en la que se ha sentido reconocido, que era exactamente usted? El viejecito se acordó de un farolito encendido sobre la puerta de una cabaña, años atrás. -Una vez, dijo. -Pues entonces podrá comprenderlo. Una luz es solamente una pizca de una historia. Si existe una luz que es como usted, también habrá un ruido, una esquina en una calle, un hombre que camina, muchos hombres, o una mujer sola, cosas por el estilo. No se quede parado en la luz: piense en todo lo demás, piense en una historia. ¿Puede comprender que existe, en alguna parte, y que si la encontrara, ése sería su retrato? El viejecito hizo un gesto de los suyos. Parecía un vago sí. Rebecca sonrió. -Jasper Gwyn decía que todos somos una página de un libro, pero de un libro que nadie ha escrito nunca y que en vano buscamos en las estanterías de nuestra mente. Me dijo que lo que estaba intentando hacer era escribir ese libro para la gente que iba a verlo. Las páginas justas. Estaba seguro de poder conseguirlo... Los miraba. Durante mucho tiempo. Hasta que veía en ellos la historia que eran." (fragment pág. 174-175)
Un dia, a Londres, vaig entrar en una llibreria que no recordo com es deia. I ho escric en passat perquè ignoro si encara existeix. A Londres i a tot arreu, el món de les llibreries ha sofert canvis enormes. Moltes han tancat o bé s'han convertit en sucursals de cadenes de llibreries comercials. Aquella era una casa una mica lareríntica d'un carrer prop del Tàmesi. I era una llibreria atapeïda on venien llibres nous i vells, que tenien barrejats. Badoquejant, vaig anar a parar a la secció de llibres italians. Allà vaig trobar-hi un llibret relligat en tela. Era d'un poeta que jo havia llegit molt poc, Eugenio Montale. El llibre era Le occasioni. Valia una lliura. El vaig comprar. També vaig anar comprant, en rústica, i nous, Ossi di sepia, Satura i La bufera e altro. Llavors Montale no era encara famós, fora dels cercles literaris. Encara no havia tingut el premi Nobel, que li donarien un parell d'anys més tard, el 1975. Montale va ser un descans després dels poetes anglesos desxifrats amb gran esforç amb el meu anglès rudimentari. Teni una aparent simplicitat i una escriptura austera, tot i que era difícil. I el seu escenari em tornava al meu mar. Hi vaig caure de quatre potes i vaig començar a traduir-ne algun poema.
CORNO INGLESE
Il vento che stasera suona attento
-ricorda un forte scotere de lame-
gli strumenti dei fitti alberi e spazza
l'orizzonte di rame
dove strisce di luce si protendono
come aquiloni al cielo che rimbomba
(Nuvole in viaggio, chiari
reami di lassù! D'alti Eldoradi
malchiuse porte!)
e il mare che scaglia a scaglia,
livido, muta colore
lancia a terra una tromba
di schiume intorte;
il vento che nasce e muore
nell'ora che lenta s'annera
suonasse te pure staserascordato strumento, cuore.
Encara que hi hagi moltes fulles, arrel només n'hi ha una. Durant els dies enganyosos de la meva joventut vaig gronxar al sol les meves fulles i les meves flors. Ara puc marcir-me en la veritat.
W.B. Yeats
dilluns, 19 de novembre del 2012
"En marzo de 1939, a los pocos días de llegar al campo de concentración, Antonio Almenar se cruzó por primera vez con André Friedmann. Fueron unos segundos, en los que no repararon el uno en el otro. Antonio estaba sentado sobre la arena de la playa del campo de Argelès-sur-Mer, mirando el vaivén de los olas y preguntándose que iba a hacer con su vida, y André fotografiaba las caras y las manos de los refugiados, tratando de captar en la imagen el miedo, la resignación y la desolación, pero también la dignidad de las personas derrotadas. Antonio no sabía quién era , ni que no se hacía llamar André sino Robert, ni que había pasado años retratando la guerra civil en España desde campos de batalla o ciudades destruidas, indistintamente, ni que era el mismo que, con sus fotografías, había trasladado el horror al mundo entero desde los frentes republicanos [...] Y de la misma manera que Antonio había perdido a su padre y a todos sus seres queridos, con la excepción de su madre, el fotógrafo andaba penando otra muerte, la de Gerta Pohorylle [...] Tampoco Gerta se hacía llamar por su nombre, sino Gerda Taro. Como él, era fotógrafa, y como él, no lograba sobrevivir de su trabajo. Fue ella la que ideó el nacimiento de Robert Capa, un prestigioso fotógrafo norteamericano.
También Gerda estuvo en España y también ella enseñó al mundo la agonía de la guerra y el horror [...] pero al contrario que André ella no sobrevivió. Ella se acercaba más que él; André prefería la retaguardia para mostrar los efectos de la guerra, consciente de que las víctimas colaterales son tan importantes como las del frente, pero los dos compartían la misma máxima (si una foto no es buena es porque no estás lo suficientemente cerca), y es probable que ese pensamiento, el saberse tan próximos a la muerte, cada día les hiciera estrechar el abrazo más de una vez.
Pero Antonio desconocía todo esto, del mismo modo que tampoco sabía que, algunos años después, entraría con él en el París liberado, ni que, al poco tiempo de salir del campo, el fotógrafo denunciaría al mundo entero que la situación de los refugiados en el Argelès-sur-Mer era un infierno sobre la arena."(fragment pàg. 129-131)
"La compasión destruye a su manera. De noche, junto a su cama, no consigo dormirme. El pasado ya está siendo manipulado por el futuro. Es un vuelco que da vértigo. Una ciencia ficción íntima.
Anoche me llevé al hospital un ensayo que Virginia Woolf escribió sobre su propia enfermedad. Me preguntaba si ese texto iba a orientarme o a hundirme más. Pero intuí que iba a encontrar algo. Algo de ese lenguaje que ahora habla Mario. En las últimas páginas me quedé dormida. Cuando me desperté, no estaba segura de si realmente lo había leído [...] "Dejamos de ser soldados en el ejército de los erguidos, nos convertimos en desertores", esa es la ambivalencia de los enfermos, que explica por qué a veces me siento furiosa con él. Ha sido derribado, sí, le han disparado por la espalda.
"La descripción de la enfermedad en literatura es obstaculizada por la pobreza del propio idioma. El inglés, que es capaz de expresar los pensamientos de Hamlet o la tragedia de Lear", digamos Alonso Quijano, De Pablo, Funes, "apenas tiene palabras para describir el escalofrío y el dolor de cabeza. El idioma ha crecido en una sola dirección. La más simple estudiante, cuando se enamora, tiene a Shakespeare o a Keats para hablar por ella", digamos Garcilaso, Bécquer, Neruda, "pero si un enfermo intenta describirle al médico su dolor de cabeza, el lenguaje se marchita de inmediato", ¿por eso esa necesidad desesperada de palabras? [...] "Cuando lo pensamos, resulta de veras extraño que la enfermedad no haya ocupado su lugar, junto al amor y la guerra y los celos, entre los temas principales de la literatura", o quizá no tan extraño, ¿quién quiere encender un fuego con la leña de su propio árbol? [...] Al cuidar a nuestro enfermo, protegemos su presente. Un presente en nombre de un pasado. De mí misma, ¿qué protejo? En este punto entra (o se tira por la ventana) el futuro. Para Mario es inconcebible. Ni siquiera puede conjeturarlo. El futuro: no su predicción, sino su simple posibilidad. Es decir, su genuina libertad. Eso es lo que la enfermedad mata antes de matar al enfermo." (fragment pàg. 93-95)(més)
En un verso de ocho sílabas ¿qué no cabrá, si es una y tan sólo en ella cabe el mar? Ocho sílabas son muchas para cantar. Me basta una que tenga por dentro el mar. Rafael Alberti
dimarts, 6 de novembre del 2012
"Era temprano, y para hacer tiempo dio un rodeo por el Retiro y estuvo un rato apoyado en la baranda del estanque, mirando los peces, el agua tiritando de frío, el vago contorno de los sauces al otro lado de la orilla, la sustancia invisible del aire. Era para estar triste. Tenía treinta y dos años y allí estaba, sin trabajo, sin amigos ni amores, sin ilusiones, viendo sin ver, pensando sin pensar, en la misma rutina de siempre [...] Era un día nublado ya casi de otoño y vestía un traje gris de franela, el único que tenía, y que reservaba para estas ocasiones. La mirada muerta registraba el mero acontecer de las cosas, los senderos solitarios, las hojas marchitas o caídas, el pájaro, la nube, la tierra fresca por donde iban avanzando sin fe sus pasos solitarios. "A ver si te admiten en el hotel y asientas de una vez por todas la cabeza", le dijo la madre mientras le cepillaba el traje y le estiraba las arrugas. Y el padre: "Y no te olvides de hablar de todos los trabajos que has tenido, que todo eso es también experiencia". Y era verdad. ¡Qué de trabajos había tenido en tan poco tiempo!
Ese era el panorama de su vida cuando pasó por el Retiro aquel día de otoño para acudir una vez más a una entrevista de trabajo.
Y ahora, lo que son las cosas, por un golpe de intuición, solo por eso, se había obsesionado con conseguir un puesto de recepcionista en un hotel y acabar así con su errática vida laboral. Era absurdo, pura superstición, pero algo le decía que esta vez el destino estaba de su parte, que como los pueblos antiguos, tras tocar el fondo de la decadencia, tendría que haber por fuerza un renacer, el comienzo de una época de esplendor." (fragment 98-99)
"Es va refugiar a l'entrada. A sota l'escala, damunt d'una lleixa, hi havia estrelles de mar, curculles lanques i marronoses, amb estries o llises, arrels de canyes, trossos de fusta grisa. Berta, sóc el teu pare i t'estimo. I estimo a la teva mare, perduda enmig d'un temporal. Pero jo la veig en cada bocí de fusta, en els nusos de les arrels de canya, en cada punta de les estrelles de mar. El mar me la torna i me'n deixa les engrunes a la sorra. Berta, tu no saps que la teva mare és amb mi. Ella, la Cèlia, em guarda de la por i del naufragi. I jo li parlo cada vespre, sense paraules, sense veu. En Martí va agafar un cargol de mar i se'l va acostar a l'orella. La música de les onades li va calmar el neguit. Sé quan la terra gemega de set o te fam i sé quan vol que la reguin o que li descarreguin el pes dels fruits, com si ja estigués a punt de parir. Per què no em dictes les paraules, Cèlia? [...] I va sortir fora, arrossegant el peus, amb el cap que semblava que havia d'escombrar el terra, com la roba que volava feia estona, penjada entre dos pals clavats a l'hort.
La Berta estava molt acostumada als silencis d'en Martí. Després de sopar, encenia un caliquenyo assegut al banc de davant del foc, es mirava un moment l'encenedor i allí s'estava, callat fins a l'hora d'anar a dormir. Però havia estat diferent, el pare. La Berta en recordava la rialla, una rialla tendra, encomanadissa, que persistia com la veu del vent..."(fragment pàg. 77-79)