"Manteniendo la vista fija en el suelo, estreché su mano derecha con mi izquierda, recogí simultáneamente el caído bastón, y me senté a su lado en el banco.
-Llegas tarde -le dije, sin mirarle. Él se rió. Todavía sin mirarle, me desabroché la chaqueta, me quité el sombrero, me pasé la palma por la frente. Me sentía acalorado de pies a cabeza. El viento había dejado de soplar en el manicomio.
-Le he reconocido inmediatamente -dijo Felix con un tono lisonjera y estúpidamente conspiratorio.
Miré el bastón que sostenían mis manos. Era un bastón recio y curtido, con una muesca alargada en su madera de tilo, y el nombre de su propietario grabado allí: "Felix tal y cual", y debajo la fecha, y luego el nombre de su pueblo. Lo dejé apoyado otra vez en el banco, y pensé fugazmente que, el muy pícaro, había venido a pie.
Por fin, reuniendo fuerzas, me volví hacia él [...] Durante un momento tuve la impresión de que todo había sido un engaño, una alucinación; que jamás habría podido él ser mi doble, cómo iba a poder serlo aquel bobales con sus cejas enarcadas, su estúpida sonrisa expectante, que no sabía aún qué cara poner y, por eso, alzaba esas cejas, como para no arriesgar nada todavía. Durante un momento, como digo, pensé que se me parecía tanto como cualquier otro hombre. Pero luego, pasado el susto, regresaron los gorriones, uno de ellos brincó muy cerca de nosotros, y eso desvió su atención; sus rasgos volvieron a posarse y vi, una vez más, el portento que tanto me había sorprendido cinco meses atrás [...] Le miré, ávidamente. Me interesaba sobremanera observar el modo en que nuestra notable semejanza se rompía con los movimientos de su cara. En caso de que llegara a la ancianidad, pensé, sus sonrisa y sus muecas terminarán por erosionar por completo nuestra similitud, tan perfecta ahora cada vez que se le congela la cara." (fragment pàg. 79-81)
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