dijous, 10 de gener del 2013


"He dejado Eugenia Grandet. Me he puesto a trabajar, pero sin entusiasmo. El Autodidacto, que me ve escribir, me observa con respetuosa concupiscencia. De vez en cuando levanto un poco la cabeza, veo el inmenso cuello postizo, recto, de donde sale su pescuezo de gallina. Lleva un traje raído pero su camisa es de una blancura deslumbrante. Acaba de sacar del estante otro libro cuyo título descifro al revés: La flecha de Caudebec, crónica normanda de Mlle. Julie Lavergne. Las lecturas del Autodidacto siempre me desconciertan.
De pronto me vuelven a la memoria los nombres de los últimos autores cuyas obras ha consultado: Lambert, Langlois, Larbalétrier, Lastev, Lavergne. Una iluminación: he comprendido el método del Autodidacto: se instruye por orden alfabético.
Lo contemplo con una especie de admiración. ¡Qué voluntad ha de tener para realizar lenta, obstinadamente, un plan de tan vasta envergadura! Un día, hace siete años (me ha dicho que estudia desde hace siete años), entró con gran pompa en esta sala. Recorrió con la mirada los innumerables libros que tapizan las paredes y debió decirse, poco más o menos como Rastignac: "Manos a la obra. Ciencia humana". Después tomó el primer libro del estante del primer extremo derecho, lo abrió en la primera página con un sentimiento de respeto y espanto unido a una decisión inquebrantable. Hoy está en la L. K después de J, L después de K. Pasó brutalmente del estudio de los coleópteros al de la teoría de los cuanta, de una obra sobre Tamerlán a un panfleto católico sobre el darwinismo; sin desconcertarse ni un instante. Lo ha leído todo; ha almacenado en su cabeza la mitad de lo que sabe sobre la partenogénesis, la mitad de los argumentos contra la vivisección. Detrás de él, delante de él, hay un universo. Y se acerca el día en que se dirá, cerrando el último volumen del último estante del extremo izquierdo: "¿Y ahora qué?".
Es la hora de la merienda; come con aire cándido pan y una tableta de Gala Peter. Tiene los párpados bajos y puedo contemplar a gusto sus hermosas pestañas arqueadas, pestañas de mujer. Despide un olor a tabaco viejo, al que se mezcla, cuando respira, el perfume dulce del chocolate." (fragment pàg. 56-57)