Antes
de comenzar su lectura, desde la cómoda butaca repasó la sala, respiró
su confort, se sintió satisfecho y seguro, y procedió a abrir el libro.
Ya
se acordaba, el personaje de su lectura procedería ahora a lo mismo si
no recordaba mal. Comenzó su lectura: "El libro que tenía entre las
manos relataba la historia de un hombre que siempre había negado la
posibilidad de existencia de eso que tantos otros daban en llamar
destino. Para él, la consideración de la simple posiblidad de su
existencia era como mermar la vida del hombre, secuestrarle su
protagonismo, anularle su libertad, borrarle el sentido de la
responsabilidad, hacer inútiles e innecesarias las más dignas y
admirables capacidades del ser humano". Paraba en este punto aquel
personaje y el del libro, a considerar el contenido de su lectura, y
paró también él a lo mismo.
Fueron
unos minutos en que, con el libro entreabierto en su mano derecha, de
la que el dedo índice hacía de marcapágina, descansando sobre sus muslos
y con la mano izquierda jugueteando con sus cabellos, confirmó
silenciosamente, y frase a frase, su acuerdo con el párrafo leído, e
incluso comprobó una vez más cómo, a él, la idea del destino llegaba a
irritarle, casi a enfurecerle. Paseó su mirada sobre el breve descanso
del personaje, sobre su mesar los cabellos, sobre su irritación ante la
posible aceptación del destino como realidad esencial del vivir humano y
continuó con su lectura: "El destino se adueña, se hace, en quienes en
él creen y lo aceptan, en los que no se viven y simplemente se dejan
vivir, casi como los vegetales, peor que estos, pues no tienen reacción
ninguna ante nada, ya que, para ellos, todo es destino". Abandonó el
libro. Se había alterado. Todas esas teorías sobre el destino no eran
otra cosa que un largo intento de resignar al hombre frente a lo peor de
él mismo y de los poderosos. Siempre
se hablaba del destino en casos de adversidad. Cuando alguien luchaba
por conseguir algo mejor para él y los suyos y lo lograba, eso no era
destino, eso era justo fruto del esfuerzo. Pero el fracaso, la
desgracia, la injusticia, la fatalidad, siempre eran cosas del destino.
Nada que hacer. Resignación. Siempre había sido y sería así. Eran "cosas
del destino".
De
repente, sonó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie. No se tenía
por destino de nadie. No obstante, abrió. Un hombre de su misma edad le
sonrió y a su "¿sí?" se le presentó con un "soy su destino". Comenzó a
dudar de su cordura. Pero, puesto que lo consideraba una alucinación y
no creía en fantasmas, le invitó a pasar.
-No creo que usted sea mi destino, pero usted dirá.
-Verá -comenzó a decirle aquel hombre-, en realidad soy un destino vacante..."
(fragment pàg. 59-61 del text Destino vacante)
(més)
Milers de gràcies, JUAN!
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