"La
luz del día era todavía débil, el tráfico tranquilo. Me gustan esas
horas, las cinco y media, las seis de la mañana. Hacia las siete la cosa
empieza ya a ponerse fea y lo mejor es dejar que el relevo diurno haga
rodar el mundo mientras uno duerme. Caminé un rato fumando un cigarro
antes de parar un taxi. El que me tocó en suerte olía a jabón de afeitar
de La Toja. Primeras noticias en la radio. Viernes veinte de junio,
partido del mundial de Francia, la selección española concentrada no sé
dónde; bla, bla, bla, un sonsonete agradable, combinado con la brisa de
la ventanilla bajada y el ruido del motor diésel. Me apeé ante la
Boquería y atravesé el mercado para permitirme el pase entre las paradas
y admirar a alguna pescadera bien pertrechada, expuesta en su trono de
hielo como una reina de los mares, entre ofrendas de limón y clavo y
fragancia de marisco semoviente. Recorrí después vericuetos y callejas [...] Lo que ví rondando no era muy estimulante y me metí en uno de los
bares en espera de que se me ofreciera algo mejor. La cafetera estaba
enchufada y parecía dispuesta a cumplir con sus deberes
electrodomésticos. Pedí un cortado. Si alguien no conoce el puterío en
esta zona, sepa que el asunto funciona justo al revés que en Ámsterdam; o
sea: el cliente espera tras la cristalera de algún bar, dejándose ver, y
las putas van haciendo un carrusel por la plaza; cuando una te gusta,
le haces una señal y entra a detallar el negocio. A estas horas se
retiran las del turno de noche y llegan las encargadas de atender al
personal que ha terminado de abastecer de viandas al mercado. Siempre se
encuentra algo mejor que en las saunas del Ensanche, territorio de
carísimas filólogas que toman lecha descremada y dicen fellatio, pero el asunto aquella mañana estaba un poco mustio..." (fragment pàg. 77-78)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada