"Recuerde, padre, que estamos grabando todo esto. Por supuesto que esto puede quedar entre nosostros, yo puedo no emitir este programa pero me parecería un fraude: mi obligación es dar noticias de interés provincial. Y, por otra parte -el joven periodista se está airando un poco y el prior es consciente de que no está llevando bien el asunto-, ¿no le da en cara a usted mismo toda esta circularidad, padre prior? Acaba de decirme que con Dios todo es inocuo, y que sin Dios nada es inocente. Son ustedes maestros de la circularidad. ¿Cree usted, padre prior, y esta pregunta es muy importante, que Dios en el supuesto de que exista, garantiza la inocencia y evita la toxicidad de las, digamos, serpientes venenosas?
- Mire usted, este asunto, o se ve desde dentro, y llegaremos más o menos a entendernos, o se ve desde fuera, y entonces no entenderá nada ni nos entenderemos.
- ¡Pero, padre, cómo voy a ver esto desde dentro! No hay dentro, lo que hay dentro eso hay fuera. Ustedes son lo que se ve desde fuera. Ustedes parecen ahora, a ojos del todo el mundo, incluidos todos los católicos variopintos de España, unos personajes raros, incomprensibles. Más bien aburridos de ver, francamente. No me tome usted esto a mal. Una parte de su retiro es posible porque verles u oírles a ustedes nos aburre mucho a todos. Pero, lamento decirlo, son ustedes ideales para unos cuantos días de noticias, de escándalo si quiere: monje ahorcado en un convento próximo a un pueblo de Granada. En un verano tan desastroso y deprimido como este, no podía darse nada mejor.
El cámara, pide permiso para tomar unas imágenes del convento y declara, como despedida, que la publicación o no de la conversación dependerá de su jefe de redacción, no de él, y del director del TG7 [...]
El caso es que todo se había vuelto cada vez más envolvente y más exterior: a raíz del reportaje emitido en TG7, había habido artículos en la prensa local y en la prensa nacional. Había, incluso, aparecido un reportaje sobre la comunidad hecho con el consentimiento del prior [...] Parecía increíble que Abel y su muerte apareciesen ahora en este contexto de comineo y reportajes. Se le hacía cuesta arriba a Ignacio tener que dar la razón a Sartre: morimos para le otro. Nuestra muerte no son solo acontecimientos que suceden a cada cual, muertes propias, acontecimientos íntimos que afectan a nuestros amigos. Sino que tienen una fisonomía pública: la imagen de Abel había quedado cuajada ante la mirada del otro. Y esa visión enfriada, distanciada, noticiable, se colaba una y otra vez en el incomprensible acto de quitarse la vida de un hombre bueno."
(fragment pàg. 58-62)
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