"Al día siguiente, en la comisaría parecía que no fuese a suceder absolutamente nada, como desde hacía más de un mes. Desde las ocho de la mañana hasta la una, o sea, en cinco horas, Catarella recibió una sola llamada, pero era de alquien que quería informarse de los trámites para indresar en la policía.
No hacer nada en todo el santo día, gandulear, estar sentado en la oficina leyendo los números de La Domenica del Corriere del año 1920 comprados en un puesto callejero, o mirar fijamente la pared que tenía enfrente, a medio camino entre el ejercicio de yoga y el estado catatónico, lo sumían en una especie de melancolía despresiva. Y entonces, sin duda para combatir dicha depresión, a su cuerpo le entraba instintivamente un hambre canina a la que no podía oponer ninguna resistencia.
La consecuencia era que, esa misma mañana, había tenido que abrocharse el cinturón en un agujero nuevo, señal inequívoca de que la circunferencia-cintura se había ensanchado de manera preocupante. Eso lo había empujado a desvertirse rápidamente, ponerse el bañador y pasarse una hora nadando pese a que el agua estaba tan helada que cortaba la respiración.
En la trattoria de Enzo, aún habiendo hecho el propósito de mantenerse dentro de los límites razonables, perdió el control ante un plato de involtini de pez espada y pidió otra ración, a pesar de que ya había comido una extensa variedad de marisco como aperitivo y un gran plato de espaguetis con almejas.
El paseo por el muelle hasta el faro fue, por tanto, más que necesario, y también sentarse en la roca plana para fumar unos cigarrillos." (fragment pàg. 89-90)
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