"Durante meses enteros, durante todo el verano, anduvo y anduvo en un estado de intensa felicidad. Siempre salía de la landa, en la oscuridad de la landa, con la primera palidez del día, y bajaba las rocas. A veces volvia a subir después de cenar. La luz era incierta, dorada, granulosa, fabulosa. O muy oscura o negra. O pálida, pero opaca. O verde pálido. Se instaló en la granja Ladon mucho antes de la fecha prevista, ya el 21 de junio, el primer día del verano, sin agobiarse ni esforzarse, sin intentar amueblarla, sin querer darle ni siquiera una mano de pintura, limitándose a fregarlo todo con la señora Andrée, a lavarlo todo con mucha agua. Le gustaba aquel lugar extremadamente sencillo, sin electricidad, sin fugas ni averías, posado sobre la misma roca y oculto entre avellanos. Para bajar al puerto daba la vuelta al parking de la capilla de Notre-Dame; abajo el mar estaba deslumbrante; se metía en la escalinata que baja a pico; primero deslumbrada, con los ojos ardientes, durante los primeros cincuenta escalones tenía que bajar en el calor, en la luz, y de repente se encontraba hundida en la sombra del acantilado.
La repentina oscuridad inmediatamente le hacía sentirse presa del vértigo... una a una iban apareciendo las casas grises, con todas las flores de primavera en el alféizar gris de las estrechas ventanas. Ella apenas alzaba los párpados; todo estaba lleno de relieve y en aquel momento se perfilaba milagrosamente contra la sombra que devoraba el lugar hasta el muelle sobre el mar." (fragment pàg. 57-58)
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