dilluns, 19 de novembre del 2012

 
"En marzo de 1939, a los pocos días de llegar al campo de concentración, Antonio Almenar se cruzó por primera vez con André Friedmann. Fueron unos segundos, en los que no repararon el uno en el otro. Antonio estaba sentado sobre la arena de la playa del campo de Argelès-sur-Mer, mirando el vaivén de los olas y preguntándose que iba a hacer con su vida, y André fotografiaba las caras y las manos de los refugiados, tratando de captar en la imagen el miedo, la resignación y la desolación, pero también la dignidad de las personas derrotadas. Antonio no sabía quién era , ni que no se hacía llamar André sino Robert, ni que había pasado años retratando la guerra civil en España desde campos de batalla o ciudades destruidas, indistintamente, ni que era el mismo que, con sus fotografías, había trasladado el horror al mundo entero desde los frentes republicanos [...] Y de la misma manera que Antonio había perdido a su padre y a todos sus seres queridos, con la excepción de su madre, el fotógrafo andaba penando otra muerte, la de Gerta Pohorylle [...] Tampoco Gerta se hacía llamar por su nombre, sino Gerda Taro. Como él, era fotógrafa, y como él, no lograba sobrevivir de su trabajo. Fue ella la que ideó el nacimiento de Robert Capa, un prestigioso fotógrafo norteamericano.
También Gerda estuvo en España y también ella enseñó al mundo la agonía de la guerra y el horror [...] pero al contrario que André ella no sobrevivió. Ella se acercaba más que él; André prefería la retaguardia para mostrar los efectos de la guerra, consciente de que las víctimas colaterales son tan importantes como las del frente, pero los dos compartían la misma máxima (si una foto no es buena es porque no estás lo suficientemente cerca), y es probable que ese pensamiento, el saberse tan próximos a la muerte, cada día les hiciera estrechar el abrazo más de una vez.
Pero Antonio desconocía todo esto, del mismo modo que tampoco sabía que, algunos años después, entraría con él en el París liberado, ni que, al poco tiempo de salir del campo, el fotógrafo denunciaría al mundo entero que la situación de los refugiados en el Argelès-sur-Mer era un infierno sobre la arena." (fragment pàg. 129-131)