Y conviene también llover sobre mojado,
pisar la superficie de los ríos
hasta quedarse quieto,
hasta el agua templada en la cintura,
con un reloj de horas más tranquilas,
donde sea el recuerdo quien evoque al presente
y el porvenir se haga un minuto redondo
más nuestro cada vez y más anillo,
porque el viento se calma con caricias
igual que los caballos en días de tormenta.
Uno aprende a vivir,
a estar en cuerpo y alma en los ojos que miran,
en la voz que pregunta,
en los dedos sin prisa que recorren
la piel de los saludos.
Es necesario trabajar la vida.
La cólera del tiempo se calma con las manos.
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LUIS GARCÍA MONTERO
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