Ciutadella 2.04.2013
"Cuando la primavera hace su entrada en una pequeña ciudad, es como una fiesta. Igual que brotan las hojas, los niños de cabeza dorada salen de los cuartos caldeados en que han pasado el invierno y se arremolinan en el campo, como si llos llevara el viento tibio, aleteante, que les tira de los pelos y la chaquetita, lanzándoles al pecho las primeras flores de los cerezos. Y como si, después de una larga enfermedad, volvieran a lanzar vítores ante un viejo juguete que hacia tiempo echaban de menos, reconocen dichosos todas las cosas y saludan a cada árbol, cada arbusto, dejando que el jubiloso arroyo les cuente lo que ha estado haciendo todo este tiempo. Y qué dicha correr por la hierba recién nacida, que, tímida y tiernamente, cosquillea los piececitos descalzos; brincar tras la primera mariposa que, describiendo grandes arcos y sin dirección concreta, se pierde en el pálido azul infinito por encima del saúco ralo. Por todas partes hay vida. Bajo el tejado, sobre los cables del telégrafo que rojean, e incluso en lo alto de la torre de la iglesia, justo al lado de la campana, vieja y gruñona, se dan cita las glondrinas [...] También los ancianos cruzan el umbral con paso temeroso, se frotan las manos arrugadas, parpadean al recibir el chorro de luz y dicen estar "viejos" sin querer dejar ver que son dichosos y se sienten conmovidos. Pero sus ojos los traicionan y dan gracias de todo corazón: otra primavera."
Rainer Maria Rilke
(fragment pàg. 109-110 -PRIMAVERA SAGRADA-
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