"En la calle ante la cancela veo aparcado su Buick roadster. Ella se sube, arranca, me dice adiós con la mano y dejo de verla. Cierro la puerta y siento el peso de mi soledad: ¡qué desamparo! Me sorprende la ruptura del silencio persistente en Las Afueras, pues en este jardín susurran las hojas de los árboles. Disfruto con ese rumor unos momentos pero he de moverme y camino hacia el vestidor. Allí me despojo de todo y paso al baño donde, bajo una luz deslumbrante, mi desnudo en el espejo me desmoraliza implacablemente. ¿Lesbiana en mí? ¿En ese cuerpo sin pechos, con esos genitales colgando entre las piernas? ¿Qué ilusiones me invento?... Me doy la vuelta, miro hacia atrás: ni las caderas escurridas ni el culo escaso sirven de apoyo. Sé que no me equivoqué, ni pudo equivocarse Farida al interpretar su diagrama de variantes afectivas; sé muy bien que soy lesbiana, que mi género me impone la femineidad, pero ¿cómo podré llegar a realizarme con esta envoltura carnal? Huyendo de esa visión me refugio en el baño, me arropo en agua caliente, me consuelo en la espuma, me froto y me seco, evitando ver mi imagen antes de envolverme en el albornoz: el rosa, por supuesto. Me siento en el taburete, fatigado como por un gran esfuerzo. Brotan unas lágrimas desde mi corazón acongojado y eso, precisamente, me devuelve el ánimo: ese llorar como una niña. ¡Sí, hay una niña en ese cuerpo mío! Voy a vestirla, decido..." (fragment pàg. 174-175)
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