"Que quede claro: la vida, tal cual, no es mala. Hemos realizado algunos de nuestros sueños. Podemos volar, podemos respirar bajo el agua, hemos inventado aparatos electrodomésticos y el ordenador. El problema empieza con el cuerpo humano. El cerebro, por ejemplo, es un órgano de gran riqueza y la gente muere sin haber explotado todas sus posibilidades. No porque la cabeza sea demasiado grande, sino porque la vida es demasiado corta. Envejecemos con rapidez y desaparecemos. ¿Por qué? No lo sabemos, y si lo supiéramos nos sentiríamos igualmente insatisfechos [...] A partir de ahí, el primer deseo es ser inmortal. Claro, que nadie sabe a qué se parece la vida eterna, pero nos la podemos imaginar. En mi sueño de vida eterna no ocurre gran cosa[...] Abro los ojos y me doy cuenta de que mi sueño es más bien superficial [...] El mundo me parece ajeno, no conozco ningún lugar donde pueda sentirme como en casa. Ni siquiera Dios puede resolver este problema, además no creo en Dios, no hace ninguna falta, ni aquí ni en el paraíso. Creo en el amor, es lo único valioso que tenemos, mejor que un programa de fitness, mejor que el deporte. Quizá un día se cumpla mi sueño de eternidad; entonces seré una criatura con piernas, alas o tentáculos, y a lo mejor vivo en otra parte. Al contrario que la mayoría de la gente no tengo miedo a la muerte; al envejecer vuelvo a redescubrir mi juventud, olvidada durante mucho tiempo, y de vez en cuando, si las cosas van mal, me encierro cómodamente en mi trabajo. Mis libros ya me garantizan cierta forma de inmortalidad".
(fragment pag. 163-165 del text publicat el novembre de 2000 al semanari Die Zeit)
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