"Lo que hubo en la década de los ochenta del siglo pasado fue una inversión de valores que nos pilló a contrapié. Filología Hispánica, las Humanidades en general, que todavía resultaban apetecibles cuando empezamos a estudiar, dejaron de ser sexys en menos de cinco años, antes de que termináramos la carrera.
En realidad el mundo había empezado a cambiar mucho antes. Antes incluso de que entráramos en la universidad. Pero no nos dimos cuenta. No lo advertimos por ceguera y sobre todo por soberbia: nos sentíamos cómodamente instalados en un saber que no había sido cuestionado en cinco siglos y que iba a seguir vigente, estábamos seguros, al menos otros cinco siglos más. Yo, por ejemplo, quise estudiar literatura porque creía que las Humanidades seguían estando en el centro del conocimiento [...] En menos de cinco años el estudio de la literatura, esa tarea a la que habíamos consagrado nuestros años universitarios, pasó de ser una prestigiosa ocupación cuya utilidad nadie cuestionaba a considerarse una disciplina inútil que sólo conducía a la fustración y al paro. Cuando terminamos la carrera comprendimos que estábamos al margen [...] Cifuentes y yo decidimos prolongar nuestra vida de estudiantes con tesinas. Cifuentes lo hizo sobre El paraíso y la serpiente, de José María Pemán; y yo sobre cartas de batalla del siglo XV, unos textos tan curiosos de leer como inútiles de estudiar [...] Durante los dos años siguientes al final de la carrera me sepulté en la Biblioteca Nacional. Pasaba más tiempo allí que en mi casa. Llegaba por la mañana temprano a la Sala de Manuscritos y Raros, pedía el Reservado 27 y durante ocho horas diarias copiaba en un cuadernito escolar cartas que luego pasaba a limpio en casa con una Olivetti." (fragment pàg. 111-112) (més)
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