"Ilé Eroriak se dirigió al camino del faro ruinoso. En cierta ocasión, Anderea le dijo que el faro antiguo y derruido se parecía a él, porque también estaba en medio de las olas furiosas o acariciantes. Desde entonces, el muchacho hablaba a menudo con las ruinas, con un lenguaje especial que sólo él entendía. Aquel atardecer en que las golondrinas volaban casi rozando la tierra, sus pisadas se detuvieron una vez más frente a la silueta gris, y se sentó en el suelo, al borde del estrecho camino de cemento que se internaba en el mar.
Ilé Eroriak se puso a imitar el grito de las gaviotas que bajaban al mar. Una gran paz se abría en el cielo, sobre su cabeza. Nunca hubiera podido decir por qué era feliz. Ni siquiera lo sabía. Su voz sonaba entrecortada, velada, tímida y fantástica como él. Nadie hubiera entendido por qué decía: 'Ya viene el caballo', cuando miraba atentamente el borde blanco de las olas que se encrespaban en torno al faro [...] Las manos duras de Ilé Eroriak, sus manos rudas y deformadas, se extendían hacia el mar, un mar entintado y espeso, formando, junto a los bordes de cemento del camino, redondas bocas negras, abiertas, terribles. 'No me das miedo. Acércate.' Ilé miraba las pequeñas olas, las olas que se perdían apenas nacidas, tragadas por la avalancha de los grandes golpes de agua. '¿Por qué no sabéis defenderos? ¡Levantaos, cobardes, creced más, más, más!..." Ilé Eroriak reía a carcajadas, y su risa, cortada, sonora, era como si alguien golpeara una plancha de metal [...] Allí estaban los grandes y los pequeños, los débiles y los altivos, deshechos en espuma, solamente en espuma tranquila y suave, esponjosa... Llegaba una ola gigante, con estruendo, insultante. Pero Ilé se reía, porque sabía que no tardaría en estrellarse, vencida y temblorosa, contra las rocas del acantilado." (fragment pàg. 21-22)
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