"Nos quedamos allí tumbados, esperando el amanecer. Harriet daba una cabezada de vez en cuando. El perro que había oído hablar por la noche guardó silencio. Una vez más, me levanté para colocarme junto a la ventana. Pensé que me había transformado en mi propio padre. Desde una distancia de cincuenta y cino años, fuimos acercándonos hasta convertirnos en una única persona.
Descubrí su soledad junto a la laguna. Ahora comprendía que aquella soledad también era mía. Y eso me aterrorizó. No quería esa soledad. No quería ser el hombre que se bañaba en un agujero en el hielo, en las gélidas aguas del mar, para sentirse vivo [...] Dejamos la hospedería antes de las nueve. La bruma se desgajaba ante nosotros aquella mañana, estábamos a pocos grados de temperatura y soplaba una suave brisa [...] Pagué la cuenta, nos marchamos de allí y nos adentramos en la bruma. Era como si nos encontrásemos en un país sin caminos. Conducíamos despacio, pues la niebla era muy espesa. Pensé en todas las ocasiones en que, cerca de mi isla, había remado en un cinturón de densa bruma. Cuando los bancos de niebla venían como rodando desde alta mar, yo detenía los remos y, a veces, me dejaba envolver por toda aquella blancura. Siempre me había parecido una extraña mezcla de seguridad y amenaza. Sentada en el banco que había junto al manzano, mi abuela me hablaba de la gente que se había perdido remando en la niebla. Aseguraba que había en ella un agujero que te absorbía y del que jamás podías regresar." (fragment pàg. 99-102)
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