"Hablamos de tus, nuestras, angustias existenciales (Sartre, Camus, Juliette Greco); de la amplísima gama de tus miedos, que yo entendía y en parte, sólo en parte, compartía; de los permanentes agobios por problemas de dinero, que me disgustaban por su sordidez y que tú me acusaste en ocasiones, seguramente con razón, de no entender ni compartir lo suficiente; de la conflictiva y claustofóbica relación -agravada por el hecho de que te vieras constreñido durante mucho tiempo por razones económicas a vivir en el domicilio familiar -con tu padre, un pobre hombre, seguramente un hombre bueno (en la edición de La casa oscura, que me habías dedicado desde que nos conocimos, rezaría finalmente la dedicatoria: " A TI, PADRE", y el uso de las mayúsculas me imperdiría establecer con certeza si se trataba del Padre Eterno o de tu padre terrenal, y por cuál de los dos me habías despojado de algo que consideraba mío), y con tu perversa madrastra, medio bruja, que nos remitía a los personajes malvados de los cuentos infantiles (como tantas madrastas de la literatura para niños, detestaba a sus hijastros -en este caso, a su único hijastro, lo que concentraba más su encono-, los hechizaba, los transformaba en animales, los acusaba injustamente de abominables crímenes imaginarios, los enemistaba con los suyos, convencóa al marido para que los abandonada como pasto de las fieras en lo más recóndito del bosque: más próxima a la madre de Pulgarcito que a la bruja de Hansel y Gretel o a la madrasta de Blancanieves, o ¿habría un soterrado impulso erótico que te asemejaba a Hipólito o al casto José, en un transfondo, eso sí, mucho más cutre y que nada tenía de literario?), tan ingenuo eras tú y tan niño, a pesar de tu malicia y de tus maldades."(fragment pàg. 87-88 de Carta a Eduardo -diálogos en la penumbra-)
dilluns, 2 d’abril del 2012
COM EN ELS CONTES...
"Hablamos de tus, nuestras, angustias existenciales (Sartre, Camus, Juliette Greco); de la amplísima gama de tus miedos, que yo entendía y en parte, sólo en parte, compartía; de los permanentes agobios por problemas de dinero, que me disgustaban por su sordidez y que tú me acusaste en ocasiones, seguramente con razón, de no entender ni compartir lo suficiente; de la conflictiva y claustofóbica relación -agravada por el hecho de que te vieras constreñido durante mucho tiempo por razones económicas a vivir en el domicilio familiar -con tu padre, un pobre hombre, seguramente un hombre bueno (en la edición de La casa oscura, que me habías dedicado desde que nos conocimos, rezaría finalmente la dedicatoria: " A TI, PADRE", y el uso de las mayúsculas me imperdiría establecer con certeza si se trataba del Padre Eterno o de tu padre terrenal, y por cuál de los dos me habías despojado de algo que consideraba mío), y con tu perversa madrastra, medio bruja, que nos remitía a los personajes malvados de los cuentos infantiles (como tantas madrastas de la literatura para niños, detestaba a sus hijastros -en este caso, a su único hijastro, lo que concentraba más su encono-, los hechizaba, los transformaba en animales, los acusaba injustamente de abominables crímenes imaginarios, los enemistaba con los suyos, convencóa al marido para que los abandonada como pasto de las fieras en lo más recóndito del bosque: más próxima a la madre de Pulgarcito que a la bruja de Hansel y Gretel o a la madrasta de Blancanieves, o ¿habría un soterrado impulso erótico que te asemejaba a Hipólito o al casto José, en un transfondo, eso sí, mucho más cutre y que nada tenía de literario?), tan ingenuo eras tú y tan niño, a pesar de tu malicia y de tus maldades."(fragment pàg. 87-88 de Carta a Eduardo -diálogos en la penumbra-)
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