"En momentos más frívolos pensaba en convertirme en abogada y lo imaginaba como algo increíblemente interesante y emocionante -y habría sido un buen entrenamiento para mi profesión final-, pero en aquella época las mujeres no estudiaban Derecho, por no hablar de mis carencias educativas. (En aquella fase estaba convencida de que podía aprender cualquier cosa, incluido un nuevo idioma en menos de seis meses). Mientras tanto, me enfrentaba ocasionalmente a la cuestión: ¿Cómo se convierte una en escritora? Escribiendo. Pero lo poco que había escrito no iba bien: no era el tipo de cosas que pueden transfigurarse en un Libro. Así me ceñí al único aprendizaje que pensaba que existía (¿habría pensado hoy en el periodismo?): seguí leyendo. Por favor, Dios, conviérteme en escritora, pero aún no.
Cuando intento pensar en aquellos días en el noroeste de Londres, y hace mucho que no los rememoro, parecen haber transcurrido en un bloque, una etapa uniforme. No pudieron ser de este modo. Tuvo que haber algún proceso de crecimiento, fuera cual fuese el nivel alcanzado; la vida se ensanchaba y no sólo por visitar la Nacional Gallery, la Tate o la catedral de Winchester. Aún así, lo único que permanece vivido es la sensación física de vivir en Londres, joven y con el dinero justo. Los autobuses: siempre andaba corriendo detrás, cogiendo o perdiendo el último; la cola para una función... " (fragment pàg. 167-168)
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