Un cuento siempre adquiere los colores que le otorgan el narrador, el ámbito en que
se cuenta y el receptor
Jostein Gaarder
"Pero Felipe II exigió algo más: quiso que transportasen hasta su escueta dependencia algunos cuadros ante los que deseaba orar en sus últimas horas [...] Impactante, pues, debió ser el momento en el que ordenó que le llevasen junto al lecho unos de los trípticos más extraños de su colección: El Jardín de las delicias. La obra cumbre de Hieronymus van Aken -también llamado el Bosco o Jerónimo de Aquisgrán- apenas llevaba cinco años en El Escorial, pero su contenido irreverente ya había despertado toda suerte de comentarios en la corte. ¿En qué paisaje bíblico se mencionaba aquella marea de hombres y mujeres desnudos, cohabitando en un jardín de frutas y aves gigantes, entregados a los placeres de la carne? Nadie, sin embargo, se atrevió a contradecir la última voluntad del monarca. Y así, sin oposición alguna de los frailes que lo atendían, aquel imponente retablo de 2,20x3,89 metros fue colocado junto a su tálamo, haciéndose lo imposible para que el monarca pudiera admirarlo y orar ante él.
"Volvió a la primera página y dejó que su mente jugase de nuevo con la música. Oh, cuán perfecta era la figura de la introducción que se repetía en el registro alto, justo desde el inicio del aria. Leyó la letra y descubrió el predecible "Morirò tra strazi e scempi". ¿Quién había regurgitado aquel sentimiento?, quiso saber ella. "Moriré entre la tortura y el caos." De haber tenido una máquina del tiempo, Caterina hubiese vuelto aal pasado a coger a todos los hombres que escribían los libretos para traerlos al presente, aunque los dejaría en Brasil, donde todos podrían trabajar escribiendo quiones de telenovelas.