dijous, 22 de gener del 2015

BEVILACQUA Y CHAMORRO


http://www.planetadelibros.com/los-cuerpos-extranos-libro-119460.html"El despertador de mi teléfono, obediente a la programación que le había introducido cuatro horas y media antes, se disparó a las seis, y no diré que me sonara a música celestial. Tampoco lo pretendía el compositor de la canción que tenía seleccionada a esos efectos, ni mucho menos sus intérpretes. Había renunciado ya a explicar por qué recurría para levantarme a aquella pieza, en la misma infame grabación en formato MP3 que años atras, justamente por la época en que conocí a Carolina, me había pasado una compañera de fatigas policiales para quien representaba el recuerdo de una vida anterior. Siempre he pensado que la música y la poesía hablan por sí, llegan a quien llegan, y quienes, por el motivo que sea, no perciben de forma espontánea su vibración no deben ser importunados con exégesis por aquellos que sí se ven interpelados por ellas. A quienes creian que sólo alguien afecto a un ideario que jamás fue ni sería el mío podía sentirse espoleado por aquel himno, sin miedo ni esperanza, les dejaba que pensaran de mí lo que quisieran. A fin de cuentas, la vida es demasiado corta como para gastar trozos de ella en reparar los malos entendidos que sobre uno puedan llegar a producirse. Ni la naturaleza de nadie ni la atención que prestamos a los demás son nunca lo bastante consistentes como para sentirse ofendido por lo que crean que eres o dejas de ser.
Sabía las razones, muy distintas de las mías, que habían llevado a alguien a escribir aquellos versos rotundos que una mañana más vinieron a arrancarme de las brumas pantanosas del sueño:

Cada uno será lo que quiera,
nada importa su vida anterior.

Al escucharlos me olvidaba de que casi un siglo atrás habían funcionado como sortilegio para convencer a seres sin futuro de dejarse matar por las causas, no siempre cabales, a las que servía el cuerpo de choque en el que se habían enrolado. Los versos eran buenos, lo suficiente como para admitir distintas lecturas. Jamás había pasado por mi cabeza la ocurrencia de llevar sobre ella el gorro que aquella compañera se había puesto en su día y de cuya añoranza me dio prueba al regalarme la "Canción del legionario". Y sin embargo, me reconfortaba dejarme mecer de buena mañana por esa idea de que todo puede recomenzar siempre y cada día que amanece todas las posibilidades siguen intactas. Quienes como yo hayan malogrado alguno de sus días anteriores, estoy seguro de que entenderán de lo que estoy hablando.
Gracias a aquel himno, y al sentido del deber que a partir de cierto momento reemplaza como motor principal de la existencia (aunque Spinoza discreparía de esa dicotomía, y me costaría rebatirle), salté de la cama con el vigor que ya no tenía y aún dormido completé mi aseo, me vestí y me despaché un café de la máquina que me había regalado mi hijo por navidad. La rapidez con que me permitía salir de casa provisto de un chute de cafeína era un argumento más para querer a mi vástago, que en esa discreción para no dilapidar sus escasos fondos en un regalo inútil para su padre, conforme a la extendida costumbre navideña, me había acreditado una madurez prometedora. Fue ya en el transporte público, denso de humanidad gracias a los recortes que compensaban los miles de bajas registradas en las huestes trabajadoreas durante los últimos años, donde empecé a tener alguna posibilidad de utilizar mis neuronas supervivientes para organizar las tareas del día y recordar por qué me había levantado con margen para llegar media hora antes a la oficina." (fragment pàg. 45-47)


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