diumenge, 11 de setembre del 2011

CONTES...


"El problema de los precios agrícolas se encuentra
agravado este año en Estados Unidos por la infortu-
nada circunstancia de una gran cosecha de..."
(De un informe económico oficial)


Sí, un año de insensata fecundidad. Las nubes flotaban tranquilas como siempre, pero la llanura no era un simple trigal mecido por la brisa, sino un campo de fuerzas a punto de estallar. Las espigas, enormes y grávidas, doblegaban los tallos hacia el surco, ansiosas de enterrarse para germinar otra vez. Los tallos se resistían, aspirando a lo alto, y dejaban oír roces y crujidos. El sol encendía todo aquel mar amarillo hasta el infinito, y el viento lo llenaba de estremecimientos y remolinos. A Clem, que miraba desde su porche, le sugería los relámpagos nerviosos en la piel de un caballito impaciente, "La tierra se ha vuelto loca", pensó. Años atrás, su abuelo hubiera dicho que aquello era la bendición de Dios. Tonterías del abuelo, porque Dios no se había limitado a bendecir los campos de Clem sino que, excediéndose como tantas otras veces -las riadas, los huracanes, los hijos de los pobres-, había bendecido también los del viejo sueco, los de Stewart, los del gordo polaco, los de todo el condado. Y, según los periódicos, había llegado a bendecir nada menos que todo Illinois, y hasta la nación entera. Millas y millas de espigas estallantes: miles y miles de vagones de grano. Verdaderamente, Dios no había estudiado nunca economía agraria: por culpa de su bendición se derrumbarán los precios.
Daba rabia. Clem escupió el tallito de campánula que mordisqueaba, entró en la casa y volvió a salir, poniéndose la chaqueta. Abrió el garage, sacó el tractor que le cerraba el paso y puso en marcha el coche. Al pasar ante la ventana de la cocina se asomó su mujer. "¡Vuelve pronto!", le gritó. "¡Seguro!", contestó Clen despidiéndose con el brazo [...] Ahora Clen parecía otro hombre, con la preocupación de la cosecha. Estaba nervioso y agitado desde que desapareció el riesgo de las heladas y los trigos comenzaron a encañar y a dorarse, desde que ya no hubo esperanza de que se estropeara el año ni siquiera un poquito. En fin..."
(fragment pág. 177-178 des conte La bendición de Dios -1961-)