dimarts, 6 de novembre del 2012


"Era temprano, y para hacer tiempo dio un rodeo por el Retiro y estuvo un rato apoyado en la baranda del estanque, mirando los peces, el agua tiritando de frío, el vago contorno de los sauces al otro lado de la orilla, la sustancia invisible del aire. Era para estar triste. Tenía treinta y dos años y allí estaba, sin trabajo, sin amigos ni amores, sin ilusiones, viendo sin ver, pensando sin pensar, en la misma rutina de siempre [...] Era un día nublado ya casi de otoño y vestía un traje gris de franela, el único que tenía, y que reservaba para estas ocasiones. La mirada muerta registraba el mero acontecer de las cosas, los senderos solitarios, las hojas marchitas o caídas, el pájaro, la nube, la tierra fresca por donde iban avanzando sin fe sus pasos solitarios. "A ver si te admiten en el hotel y asientas de una vez por todas la cabeza", le dijo la madre mientras le cepillaba el traje y le estiraba las arrugas. Y el padre: "Y no te olvides de hablar de todos los trabajos que has tenido, que todo eso es también experiencia". Y era verdad. ¡Qué de trabajos había tenido en tan poco tiempo!
Ese era el panorama de su vida cuando pasó por el Retiro aquel día de otoño para acudir una vez más a una entrevista de trabajo.
Y ahora, lo que son las cosas, por un golpe de intuición, solo por eso, se había obsesionado con conseguir un puesto de recepcionista en un hotel y acabar así con su errática vida laboral. Era absurdo, pura superstición, pero algo le decía que esta vez el destino estaba de su parte, que como los pueblos antiguos, tras tocar el fondo de la decadencia, tendría que haber por fuerza un renacer, el comienzo de una época de esplendor." (fragment 98-99)