divendres, 31 de gener del 2014

ROLAND


http://www.acantilado.es/catalogo/confusin-de-sentimientos-670.htm"Pasé las dos semanas siguientes presa de un furor apasionado por leer y aprender. Casi nunca salía de la habitación, comía de pie para no perder tiempo, estudiaba sin tregua, sin pausa, casi sin dormir. Me ocurría lo que a aquel príncipe de cuento de hadas oriental que, rompiendo uno tras otro los sellos de las puertas cerradas, encuentra montones cada vez más grandes de joyas y piedras preciosas y explora cada vez con más avidez toda la hilera de estancias, impaciente por llegar a la última. Asimismo me precipitaba de un libro al otro, embriagado de cada uno, pero nunca saciado de ninguno: mi desenfreno había pasado ahora al terreno del espíritu. Había tenido un primer barrunto de la inmensidad intrincada del mundo intelectual, tan seductor para mí como lo había sido la vida de aventuras de las ciudades, pero al mismo tiempo experimenté el miedo pueril a no poder dominarlo; y así economicé en sueño, en placeres, en conversaciones, en toda forma de distracción, sólo para aprovechar el tiempo, cuyo valor comprendía ahora por primera vez. Pero lo que inflamaba sobre todo mi celo era el orgullo de salir airoso delante de mi maestro, de no defraudar su confianza, de arrancarle una sonrisa de aprobación y me apreciara como yo lo apreciaba. La menor ocasión me servía de prueba; espoleaba sinb cesar mis sentidos, torpes todavía, pero ya notablemente despiertos, para impresionarlo, para sorprenderlo: si en clase mencionaba a un escritor cuya obra me era desconocida, por la tarde me lanzaba a su búsqueda para, al día siguiente, poder alardear de mis conocimientos en el transcurso del debate. Un deseo suyo expresado por azar y apenas advertido por los demás, se transformaba en una orden para mí: bastaba una observación lanzada al buen tuntún contra el eterno tabaquismo de los estudiantes, para que inmediatamente yo arrojara el cigarrillo encendido y de golpe reprimiera para siempre el hábito así censurado. Como palabra del evangelista, la suya era para mí gracia y ley; siempre al acecho, mi atención tensa al máximo captaba ávidamente cada una de sus observaciones esparcidas aquí y allá con aparente indiferencia. Me apropiaba con avaricia de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, y en casa palpaba y guardaba apasionadamente el botín con todos mis sentidos; y así como en él veía al único guia, mi apasionamiento intolerante consideraba a todos los compañeros sólo como enemigos a los que mi voluntad envidiosa se juraba todos los días superar y vencer." (fragment pàg. 33-34)