El otoño cruzaba
las colinas de débiles
temblores. Cada
hoja caída
estremecía toda una montaña.
Leve rumor de luces y de brisas
rodaba por el valle, se acercaba.
Los pájaros dejaban bruscamente
temblorosas las ramas
cayéndose hacia el cielo, arrebatados
por una fuerza extraña.
Las carnosas ortigas
se apretaban
como un rebaño
inquieto. Levantaban del agua
su cabeza, los juncos.
Las verdinegras zarzas
se crecían.
Imperceptibles, más delgadas
por la tensa postura de su espera,
las hierbas, anhelantes...
Tú llegabas,
y una amarilla paz de hojas caídas
reponía el silencio a tus espaldas.
Ángel González
(Barranc d'Algendar 09.2010)
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