diumenge, 9 de gener del 2011


(més si clikeu damunt es llibre)

Fue... fue... en el Báltico. Regresaba de un temprano paseo matutino. El bosque estaba en silencio, muy en silencio. Incluso mis paso resonaban en el blando suelo de color marrón, como el hábito de un monje. Sólo el aire bullía con el canto de los pájaros [...] Entonces apareció el pueblo. Las casitas estaban mucho más blancas que de costumbre y sus ojos de pestañas de musgo, las ventanas, brillaban con mucha más nitidez. Y la torre de la iglesia con el rojo tejado de cebolla... ¡qué divertida!: parecía un moflete sano y robusto. Al otro lado, el camino de guijarros lustrosos, y las piedras miliares con sus tejadillos, como niños con sus camisitas [...] Atravesé las calles. Justo delante de mí había despuntado la mañana [...] Me acerqué a la orilla del mar. El mar era como tupido satén, de un azul violáceo [...] Me quedé mirando fijamente aquella centelleante magnificencia. Como un niño al que acaban de dar un bonito juguete, me habría gustado poder gritar a todos los que quiero: "¡Venid y ved! ¿No es esto adorable?. Mi pecho rebosaba de júbilo y alegría. Un pescador, viejo y tostado por el sol, venía justamente por el camino. Me acerqué rápidamente a él y le apreté la mano... Sí, fue en el Báltico. Por cierto, por aquel entonces llevaba escrupulosamente un diario. Ese día anoté en mi cuaderno: "¡Un domingo...!". Ni una palabra más.
(fragment de's relat DOMINGO p. 104.106)