diumenge, 2 de gener del 2011


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"Terminaré con unas observaciones acerca del estilo de Nietzsche. Su escritura es fragmentaria. Los fragmentos no están unívocamente hilados; muchas veces el salto de uno a otro parece abrupto, antojadizo; sus fragmentos no están hilados porque hilar equivale a cerrar, el continuum asegura la tiranía del lenguaje impenetrado. Pero si bien pueden aparecer separados desde un punto de vista temático, no lo están en cuanto a la preocupación de fondo, a la intención. No están separados en cuanto a la intención original: toda línea es 'iniciación'. Hay en todo momento una intención de comienzo absoluto; se comienza y se recomienza; no hay comienzo, tampoco hay término -el libro está tan poco terminado al principio como al fin-. El movimiento es circular, cada fragmento puede relacionarse, conducir a cualquier otro; las implicaciones, connotaciones, relámpagos de intuición unen. También contrastan, parecen contradecirse, se sacan chispas. Potencialmente cada uno puede relacionarse con todos. La unión actual exige, sin embargo, el trabajo efectivo del lector, para repensar y rearmar, articular y desarticular a Nietzsche. " (p. 20-21, fragment des pròleg de Roberto Echavarren).

"Para que haya arte, para que exista un fenómeno o mirada estética, es necesaria la siguiente condición fisiológica: la embriaguez. La embriaguez debe primero levantar el nivel de excitabilidad de toda la máquina: de otro modo no se llega al arte. Para lo cual todos los tipos de embriaguez son idóneos: antes que nada, la embriaguez de la excitación sexual, la forma más antigua, originaria de la embriaguez. Del mismo modo, la embriaguez proviniente de un fuerte deseo o emoción; la embriaguez de la fiesta, de la lucha, del trozo de bravura, de la victoria, es decir, de todo movimiento extremo; la embriaguez de la crueldad; la embriaguez de destrucción, la embriaguez relacionada con los cambios meteorológicos, como por ejemplo la embriaguez primaveral; o bajo el influjo de narcóticos; por fin la embriaguez de la voluntad, de una voluntad acumulada y gigante.
Lo esencial de la embriaguez es la sensación del acrecentamiento de fuerzas y de plenitud. El hombre, así poseído, se entrega a las cosas, las obliga a que se apoderen de él, las violenta; a este proceso se llama idealización. La idealización no consiste, como se cree generalmente, en separar y aniquilar lo que es pequeño y accesorio. Lo decisivo es más bien un gigantesco crecimiento de los rasgos principales, de manera que los otros desaparecen.
Todo en ese estado queda dominado por la plenitud interior: lo que se ve, lo que se desea, se ve ardiente, transportado, fuerte, recargado de fuerza. El hombre en ese estado transfigura las cosas hasta que éstas reflejen su poder, son reflejos de su propia perfección. Este imperativo transformador en perfección es el arte. En este goce de sí mismo, todo lo que no es hombre se vuelve humano; en el arte se conoce el hombre como perfección." (pág. 103-105)