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"El mismo año en que Kurt Wallander cumplió cincuenta y cinco hizo realidad, para su propio asombro, un sueño que llevaba mucho tiempo acariciando [...] La visión del mundo que tenía era bastante sencilla. No quería convertirse en un hombre huraño y amargado y envejecer en soledad para recibir visitas sólo de su hija, y quizás, en alguna ocasión de sus viejos colegas que, de repente, le recordasen que aún estaba vivo. No tenía ninguna creencia religiosa en la que hallar consuelo pensando que lo aguardaría algo al otro lado del río de oscuras aguas [...] Por el camino, de regreso a Ystad, vio un letrero de una inmobiliaria que señalaba hacia un pequeño camino de grava, al final del cual había una casa en venta. De repente, como de la nada, lo tenía decidido [...] Aquella noche se sentó en la mesa de la cocina y se puso a hacer un cálculo detallado. Hacia medianoche ya estaba resuelto. Compraría aquella casa, que llevaba el dramático nombre de Cumbre Negra [...] En el jardín había una caseta de perro [...] Dos semanas más tarde consiguió un cachorro de labrador de color negro. No era de pura raza, pero su dueño lo describió como de la mejor clase. Wallander ya tenía decidido que el animal se llamaría Jussi, por el gran tenor sueco, uno de los mayores héroes de Wallander [...] A principios de diciembre invitó a sus colegas de la comisaría a una fiesta de inauguración [...] Cuando los últimos huéspedes se marcharon, Wallander dio un paseo con Jussi a altas horas de la noche [...] A lo lejos, en el horizonte, entrevió las luces de una embarcación, "Hasta aquí he llegado", se dijo. "Me he armado de valor y he cambiado mi vida, incluso me he comprado un perro. La cuestión es: ¿qué me espera a partir de ahora? [...] Casi cuatro años después, Wallander soñó justo con aquel instante: el final de la fiesta en su nueva casa. "La pregunta sigue en el aire", pensó al despertar. "Han pasado cuatro años y aún ignoro que me espera..."
(pàg. 19-23)
(pàg. 19-23)
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