dimarts, 1 de març del 2011

UN NOM PER DESCOBRIR...


(més si clikeu damunt es llibre aquí i aquí)
Él

No me gusta volar, nunca me ha gustado volar, y elegir una nueva vida en un país extraño te obliga a volar. No sólo una vez, sino cada vez que quieres acortar la distancia entre el pasado y el presente. Los días se hacían cada vez más largos, se llenaban de silencios y recuerdos que venían de otros lugares. Willemien murió justo cuando me acostumbrara a vivir sin los chicos, a ser dos en lugar de cinco. De golpe era uno [...] Las razones para seguir viviendo en Figueres parecieron desvanecerse. Con la rotunda ausencia de Willemien empecé a descubrir las pequeñeces que me rodeaban. Los rincones de la casa, el orden de los cajones de la ropa y los ruidos de la calle empezaron a manifestarse con una intensidad hasta entonces desconocida. Me di cuenta de que todo lo que me rodeaba estaba inseparablemente ligado a Willemien [...] Recogí la casa. Lo amontoné en una de las habitaciones que se podían cerrar con llave, para poder alquilar el piso de Figueres sin tener que llevarme o vender todas nuestras cosas. Todas mis cosas.
Fue entonces cuando me reencontré con esa caja que no había visto en años. Estaba cerrada y aunque busqué por todas partes no pude encontrar la llave que encajaba en la pequeña cerradura de hierro.
En el tren de camino al pueblo imaginé que la caja estaba llena de arena de la playa que Willemien y yo habíamos visitado el primer día que nos acercamos a ver el mar. Ese día en que yo le dije que era la chica más bonita de Scheveningen y en el que ella se echó a reír, porque siempre se quedaba sin palabras después de una galantería, o porque yo no había pronunciado bien el nombre de la playa más famosa de la ciudad de La Haya...
Todo comenzó un día de octubre de 1962. había trabajado todo el día en la finca, con un sol de mil demonios [...] Cuando ya llegaba a casa, me encontré con el encargado de la oficina sindical, que me enseñó una circular recién llegada de Madrid. Era del Ministerio de Trabajo y hablaba de empresas extranjeras que buscaban trabajadores [...] Me quedó una suerte de gusanillo que día tras día me recordaba la posibilidad que ofrecía esa aventura desconocida [...] No dije nada a nadie, pero me acerqué a la oficina sindical. Me hablaron de Holanda, dijeron que podría trabajar en Philips [...] Al día siguiente, mi padre se enteró de que mi nombre estaba en la lista [...] Unos días más tarde me avisaron desde el Instituto Español de Emigración de que tenía que presentarme en Cáceres para el roconocimiento médico. Fui y lo pasé. En noviembre firmé el contrato de trabajo y aprendí mi primera palabra holandesa: Gloeilampenfabrick."
(fragment p. 15-19)

Ella

Miré mi maleta y me acordé de que dentro del plástico rojo no sólo se escondían mi ropa y mi neceser. También había algo que había tomado prestado. Otros dirían que lo había robado, pero yo estaba segura de que el hombre muerto sabía que solamente lo había tomado prestado. Hay cosas que no necesitan decirse. Hay cosas que se ven y se sienten. Mi impulso de llevarme la caja fue provocado por el hombre muerto.
Era tarde y hacía frío en la sala de estar. Me levanté, me acerqué a la maleta y la abrí en el suelo [...] Con la caja volví a la mesa. La caja parecía ahora más pequeña que cuando la vi en el asiento del avión. Era más o menos del tamaño de un joyero. Aunque estaba pintada de negro, la esquinas dejaban ver que la madera de la que estaba hecha era de un color claro. Descansé mi mano abierta sobre la tapa e intenté sentir qué podría esconderse en ella. Mis dedos se acercaron a la parte delantera de la tapa, a la forma fría de la cerradura.
Algo había quedado en el aire tras la conversación con el hombre: un diálogo inacabado, la necesidad de contarle cosas. Puede que fuera porque me había llevado la caja que me sentía empujada a devolver algo. También tenía la convicción de que él ahora podía saber lo que yo estaba pensando, que podía ver lo que yo hacía y que esperaba de mí que le hiciera partícipe de mi vida, igual que él me había hecho partícipe de un trocito de la suya.
Al día siguiente fui a un cerrajero [...] Cogió la caja y con un destornillador abrió la cerradura en un momento [...] En casa me senté en el sofá con la caja en la falda. No me atrevía a abrir la tapa. Estaba a punto de descubrir el secreto robado a un hombre español muerto. Desde ese punto de vista, no parecía muy correcto.
La tapa se abrió sin hacer ruido". (fragment p. 40-42)