(més si clikeu damunt es llibre)
Silvina Ocampo"Como esos recuerdos de viaje que se borran de la memoria y que luego encontramos en el álbum de fotografías, en el momento de aflojar las correas de mi maleta vi -¿por primera vez?- las escenas de mi llegada al hotel. El edificio, blanco y moderno, me pareció pintorescamente enclavado en la arena; como un buque en el mar, o un oasis en el desierto [...] Ya no estaba cansado. Sentí como un éxtasis de júbilo. Yo, el doctor Humberto Huberman, había descubierto el paraíso del hombre de letras. En dos meses de trabajo en esta soledad terminaría mi adaptación de Petronio. Y entonces... Un nuevo corazón, un hombre nuevo. Habría, por fin, sonado la hora de buscar otros autores, de renovar el esríritu.
Furtivamente avancé por oscuros pasadizos [...] La naturaleza no tardó en persuadirme de lo inadecuada que era mi indumentaria. Con una mano yo me hundía el sombrero en la cabeza para que no me lo arrebatara el viento, y con la otra hundía en la arena el bastón. Los zapatones, rellenos de arena, eran otras tantas rémoras en mi marcha.
Finalmente entré en la zona de arena más firme [...] Ya cerca del mar, junto a un grupo de tamarindos, tremolaban dos sombrillas anaranjadas [...] Me saqué los zapatones, las medias y me arrojé en la arena. La sensación de placer fue perfecta. Apelé y fingí engolfarme en la lectura. Pero mi única lectura en esos momentos de irremisible abandono fue, como la de los augures, el blanco vuelo de unas gaviotas contra el cielo plomizo."
(pág. 22-24)
Furtivamente avancé por oscuros pasadizos [...] La naturaleza no tardó en persuadirme de lo inadecuada que era mi indumentaria. Con una mano yo me hundía el sombrero en la cabeza para que no me lo arrebatara el viento, y con la otra hundía en la arena el bastón. Los zapatones, rellenos de arena, eran otras tantas rémoras en mi marcha.
Finalmente entré en la zona de arena más firme [...] Ya cerca del mar, junto a un grupo de tamarindos, tremolaban dos sombrillas anaranjadas [...] Me saqué los zapatones, las medias y me arrojé en la arena. La sensación de placer fue perfecta. Apelé y fingí engolfarme en la lectura. Pero mi única lectura en esos momentos de irremisible abandono fue, como la de los augures, el blanco vuelo de unas gaviotas contra el cielo plomizo."
(pág. 22-24)
Adolfo Bioy Casares
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