diumenge, 9 d’octubre del 2011

PIANO...


LA EXPRESIÓN

Milton Estomba había sido un niño prodigio. A los siete años ya tocaba la Sonata Nº3, Op. 5, de Brahms, y a los once, el unánime aplauso de crítica y de público acompañó su serie de conciertos en las principales capitales de América y Europa. Sin embargo, cuando cumplió veinte años, pudo notarse en el joven pianista una evidente transformación. Había empezado a preocuparse desmesuradamente por el gesto ampuloso, por la afectación del rostro, por el ceño fruncido, por los ojos en éxtasis, y otros tantos efectos afines. Él lo llamaba a todo ello "su expresión".
Poco a poco, Estomba se fue especializando en "expresiones". Tenía una para tocar la Patética, otra para la Polonesa. Antes de cada concierto ensayaba frente al espejo, pero el público frenéticamente adicto tomaba esas expresiones por espontáneas y las acogía con ruidosos aplausos, bravos y pataleos.
El primer síntoma inquietante apareció en un recital de sábado. El público advirtió que algo raro pasaba... La verdad era que Estomba había tocado la Catedral Sumergida con la "expresión" de la Marcha Turca
.
Pero la catástrofe sobrevino seis meses más tarde y fue calificada por los médicos de amnesia lagunar. En
un lapso de veinticuatro horas, Milton Estomba se olvidó para siempre de todos los nocturnos, preludios y sonatas que habían figurado en su amplio repertorio.
Lo asombroso, lo realmente asombroso, fue que no olvidara ninguno de los gestos ampulosos y afectados que acompañaban cada una de sus interpretaciones. Nunca más pudo dar un concierto de piano, pero hay algo que le sirve de consuelo. Todavía hoy, en las noches de los sábados, los amigos más fieles concurren a su casa para asisitir a un mudo recital de "expresiones". Entre ellos es unánime la opinión de que su capolavoro es la Appasionata."
(pàg. 59-60)